Barcelona, 7 de noviembre de 2007
Hola, abuela: te extrañará recibir esta carta después de tantos años de incomunicación; aunque en mi vida has estado presente muchas veces y aún hoy sigo viendo tu figura menuda con la toquilla en pico, la cintura breve y las largas sayas.
Hace tiempo que quiero hablar contigo, abuela, a pesar de que te fuiste la primera, aquel abril de 1957. Ya entonces le vi la cara a la muerte, desde la incomprensión de mi niñez y, no te lo creerás, pero estuve muchos meses sin poder mirar tu viejo sillón de mimbre vacío.
Soy Juliana, “mi Julianita” –decías- con ese afán de anteponer el posesivo a nuestros nombres y alargarlos después con el diminutivo. Ya sabes, la mediana de las chicas: un tanto diluida entre el brillo de la mayor y el encanto innato de la pequeña. Quizá por eso –tú que todo lo intuías- me arropabas siempre y nació entre las dos una complicidad especial que todavía me enternece, ahora más, porque yo también soy abuela de una niña que tiene los ojos negros y soñadores, como la larga saga de niñas que se han ido sucediendo en la familia desde que tú no estás.
No heredé de ti ese punto de rebeldía ante la vida, ya me hubiera gustado; creo que tiro más a la madre (a ella le debo muchas cartas, pero todavía no le puedo escribir), tiendo a ser más sumisa y resignada, actitudes que me recrimino constantemente, porque, frente a la tranquilidad de la muerte, la vida es una lucha despiadada, en particular la que libramos contra nosotros mismos.
Recuerdo con claridad lo orgullosa que estabas de todos nosotros, de tus nietos. Tu valentía para enfrentarte al padre o a la madre si se les escapaba la mano: “¡Me valga Dios!” –decías- y más que un ruego era una enérgica amenaza. Hoy también estarías orgullosa de nuestros hijos, tus biznietos. Ellos han crecido en lo que se llama la Democracia y no pueden imaginarse aquel túnel largo y oscuro de nuestra juventud. Unos más y otros menos han estudiado y tenemos titulados en todas las disciplinas: hasta un escritor de comedias y un actor, como lo oyes, cuánto hubieras disfrutado con ellos. “Ellos van para arriba y nosotros para abajo” -hubiera dicho la madre- y yo voy haciendo mías sus expresiones, con lo que se demuestra lo reiterativa y circular que es la Historia.
No estoy muy segura de que te gustara esta época. Recuerdo perfectamente tu reacción cuando oíste la música que salía de un transistor que llevaba un forastero subiendo hacia la Iglesia. Aquella anécdota te desconcertó porque no entendías el mecanismo. Hoy vivimos en un mundo lleno de fenómenos que no entendemos. Por ejemplo, se escriben cartas sin soporte de papel (correo electrónico lo llaman) y los mensajes viajan en el espacio y en el tiempo por etéreas vías que atraviesan países, océanos y continentes con inmediatez y precisión y sin necesidad de cartero. En estos asuntos, yo me quedé anclada en el siglo XX.
Se combaten muchos males, porque el cuerpo se conoce muy bien, pero la muerte sigue llegando cuando quiere, acaso, a veces, la entretienen un poco. Del alma se sabe menos: no la pueden auscultar ni hacerle radiografías, pero te aseguro que duele y las farmacias ofrecen pocos productos para el alivio de ese dolor.
Te explicaría tantas cosas que esta, mi primera carta, sería interminable. Mi memoria empieza a temblar, en particular con la historia más inmediata, sin embargo con qué nitidez y con qué cercanía acudes a mi recuerdo.Hoy tengo que dejarte, abuela, aunque he tardado mucho, estoy muy contenta de poder hablar, por encima de la barrera de la muerte, de tú a tú, con los que estáis al otro lado, empezando por ti.
Un fuerte abrazo de tu nieta:
Juliana Mediavilla
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