24.8.07

Excel·lent i recomenat article per llegir amb atenció ja que tots nosaltres hem escoltat aquestes paraules en boca de persones conegudes o en un determinat entorn ocasionalment.
Bon cap de setmana !



Ahora me vas a oír

Pilar Cambra
Redactora jefe de Expansión

Fue Lope de Vega el que habló de la temible “cólera del español sentado”... Pues les advierto que tampoco es desdeñable, según mi experiencia, la fulminante “explosión verbal del colega habitualmente callado”. Las palabras, usadas como dardos, hieren.


Hay tres frases que me producen escalofríos en cuanto las oigo zumbar, cual abejorros, por mi cabeza... Y ya no les quiero ni contar cuando me las espeta un jefe, un colega o un subordinado: se me muda la color y entro en estado de ansiedad de los pies a la cabeza.
Sobre todo, por la parte de la cabeza...Y esas tres frases son: 1) "Te voy a decir lo que pienso"; 2) "Ahora me vas a oír porque me toca hablar a mí"; y 3) "Te voy a decir la verdad"... Y otra cosa: mi inquietud se multiplica por infinito si tales palabras salen de la boca del habitualmente silente, del compañero más callado que un gato de escayola, de aquel al que jamás hemos visto perder la compostura o –como describe mi madre– "decir, nunca, una palabra más alta que otra".
A ver si queda meridianamente claro: ¡por supuesto que, en el trabajo, es justo, necesario e imprescindible que todos, hasta el mudito cual gato de escayola, digamos lo que pensamos!... ¡Por supuesto que todos los integrantes de una empresa, desde el más modesto al más encumbrado, deben tener su turno de palabra, el derecho a hablar en un momento u otro!... ¡Y por supuesto que, cuando se abre la boca, mejor que sea siempre para que de ella salga la verdad y no el embuste, la falsedad, el peloteo, la hipocresía, el halago envenenado, la murmuración o el bisbiseo envidioso!, ¡mucho mejor, dónde va a parar!
Ocurre, sin embargo, que las tres frases arriba enunciadas suelen ser el prólogo de una verdadera y furiosa explosión verbal en la que las palabras salen de la boca convertidas en dardos que buscan el cuerpo a cuerpo con el jefe, el colega o el subordinado... ¿Qué no?... Venga, va, no nos engañemos: cuando, en el trabajo, le hemos espetado a alguien "¡te voy a decir la verdad!" –o hemos escuchado, con zozobra, cómo nos lo decían a nosotros–, lo que ha sucedido a continuación es que nos hemos despachado a gusto, sin privarnos de decir esa verdad –si es que lo era...– de la manera más brutal e hiriente, sin ponernos frenos ni límites. Porque, claro, una misma verdad –"no estás haciendo las cosas del mejor modo posible", por ejemplo– puede expresarse de muchas formas: desde el contundente e inmisericorde "tu tarea es una porquería impresentable" hasta el estimulante y no menos cierto "creo que puedes mejorar mucho tu labor porque tienes capacidad de sobra para ello"...
No, oigan: no se trata de mentir, ni de dorar la píldora, ni de callar la boca cuando hay que abrirla para sincerarse, alabar, corregir, protestar, preguntar o responder.... Cualquiera, en un momento de furia, puede convertir su lengua, como se dice bíblicamente, en "un mundo de iniquidad"... Eso nos ha pasado a todos y, en la mayoría de los casos, las disculpas, las excusas han llegado con tanta o mayor rapidez que la invectiva...
Lo que yo digo es que la necesidad de ser sinceros no tiene porqué venir acompañada, con demasiada frecuencia, por la tendencia a ser burros... Los oncólogos, los profesionales que están obligados a emplear la más horrible de las sinceridades con sus pacientes, hablan de "la verdad soportable": una gradación de hechos que se pueden exponer, sin mentir, en la medida en que la personalidad, el estado de ánimo, el carácter del enfermo pueda aguantarlos... Una especie de gota a gota delicado y afable de verdades que van calando sin hacer daño... Exactamente lo contrario a usar la verdad a modo de violento cantazo en todos los dientes...

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