12.4.11



Aquest article va ser escrit fa un cert temps pro malauradament segueix en plena actualitat .Joan Barril es l’autor .




LOS DÍAS VENCIDOS
El mundo real
JOAN BARRIL

Hay otra manera de sentir los efectos de la crisis. No se trata de sentarse en unos despachos frente a muchos ordenadores rodeados de sabios de la economía. Basta con ir caminando por una ciudad que sabe hablar sin palabras. A nivel del suelo de las ciudades, se encuentran gatos, palomas y, en las esquinas, también hay indigentes envueltos en sus cartones. En tiempos de penuria extrema, las palomas disminuyen y los indigentes se multiplican. Así han sido las cosas en el primer o en el tercer mundo. Y así seguirán

Pero aparecen nuevos actores de la escasez. Ahí viene, por ejemplo, un hombre correctamente vestido que se nos acerca en el semáforo y nos pide algo para comer. Dice tener hambre. Y hasta es posible que sea así. El hambre, hace unos siglos, era una visión del mundo. Hoy es una epidemia rural en lugares agostados por la falta de lluvia y por las plagas. Pero la escasez no se limita al estámago. la escasez es el alquiler, es la ropa de segunda mano, es el simple hecho de poder pensar. Ahora veo a otro hombre correctamente vestido que se acerca a la cabina telefónica. descuelga el aparato y hurga con su dedo en la cazoleta donde van a parar las monedas. No hay nada. Tampoco en la siguiente cabina. Ni en la otra. Los pasos del hombre que busca la moneda escupida por la máquina se apresuran hacia otros teléfonos. Aquella moneda que habrá quedado de una llamada frustrada puede ser la salvación del día. Eso es la crisis. Como lo es la viejecita que se acerca a las mesas de las terrazas para llevarse la bolsita de azúcar que el cliente ha dejado en el plato porque prefiere el café amargo. La crisis es esa búsqueda selectiva en las papeleras. Es el convenio que vincula al ayudante de cocina para que no todas las sobras de los menús vayan a parar al cubo. La crisis es confiar en el descuido de los que todavía no la viven. La crisis es haber renunciado a pedir trabajo a aquellos que ni siquiera saben si van a tener trabajo la mañana siguiente. La crisis es celebrar que se haya pasado de mileurista a quinientoseurista y encima dar las gracias. La crisis es ver cómo las calles ya no están iluminadas por los escaparates, porque las tiendas se traspasan y en los balcones ya no florecen plantas sino solo números de teléfono. La crisis es comprobar que incluso el top manta ha desaparecido de las aceras. En este panorama ciudadano, aún hay gente que insiste en los famosos brotes verdes de la economía. Se da por supuesto que estamos viviendo un periodo excepcional y que más temprano que tarde volveremos a la abundancia en la que estuvimos viviendo. Y no es así, porque tal vez la excepción no es esta crisis. Tal vez la excepción fue la abundancia enloquecida. Y ahora solo los que tienen una cierta capacidad de resistencia pueden sobrevolar los yermos de una pobreza que se expande poco a poco a las antiguas y autosuficientes clases medias.

Todo ello conlleva una nueva civilización de la exaltación del low cost. Algunos dicen que lo último que se pierde es la esperanza. Pero en realidad lo último que se ha de perder son los clientes. Y el gran aprisco donde se estabulan los clientes es el bajo coste, la ficción de que todo sigue como antes aún a costa de vivir en un mundo de sucedáneos. La escasez deja el lujo al alcance de pocos y lo básico queda para los ahorradores. Ese era al fin y al cabo el mundo real. Y a todos esos universitarios a los que se ha educado en los beneficios del estudio y del trabajo bien hecho solo les espera el milagro de la suerte y el aprendizaje de la austeridad.